REINVENTAR EL AMOR
IV
Fin del mundo o cataratas en los ojos azules que recorren
las fisuras de una habitación.
Fin del mundo y dedos multiplicándose en las arrugas de su rostro.
Fin del mundo o carabelas 30 nudos hacia el S.O. florido;
el viento que las impulsaba brotaba de los hinchados carrillos
de Eolo,
"sus fruncidos labios rosa";
la saliva que caía del cielo era bebida por marinos desnudos.
Y Cristóbal Colón escribió en su diario: temo que cunda el pánico,
la mariconería.
Una clase de muchachos desertores,
una generación desnutrida y depravada,
que lentamente invadía los autocinemas,
con cadenas,
y sienes ardiendo como brasas,
y mejillas más pálidas que una rosa blanca.
Pero "el seno de la reina católica nube alba en los esplendores
de los campos castellanos".
Aquella tarde una visión del jardín oculto:
huesos de Bestia, bajo el manzano, reposaban suspendidos entre
la hiedra.
La contradicción, una quietud bárbara taladrando capiteles rococó,
un canto grabado en la podredumbre del desierto:
el febril latido de la vida se te presentaba con dinamicidad
antropofágica,
y una niña era el signo del silencio.
Si Huidobro te hubiera visto entonces
capitán de carabelas a la vera de la muerte.
Un Ojo azul, un ojo, un Ojo azul. Una sirena en el muelle con
un jarro de cerveza negra.
Arco iris como pájaro echaban a volar
y qué universo
si alguien con las uñas te hubiera levantado los párpados.
Amor, la vergüenza, la culpa, el ninguneo, se alejan como buques
en zoom-back por el océano, para siempre.
Roberto Bolaño