II
Tengo que hablaros de ella.
La que suscita fuentes en el día,
la que puebla de mármoles la noche.
Es el mismo reposo el que respira
en su callada vena;
la huella de su pie
es el centro visible de la tierra,
la frontera del mundo,
sitio sutil, encadenado y libre;
discípula de pájaros y nubes
hace girar al cielo;
su voz, alba terrestre,
nos anuncia el rescate de las aguas,
el regreso del fuego,
la vuelta de la espiga,
las primeras palabras de los árboles,
la blanca monarquía de las alas.
No vio nacer al mundo,
mas se enciende su sangre cada noche
con la sangre nocturna de las cosas
y en su latir reanuda
el son de las mareas
que alzan las orillas del planeta,
un pasado de agua y de silencio
y las primeras formas de la materia fértil.
Tengo que hablaros de ella:
de un metal escondido,
de una hierba sedienta,
del silencio compacto de un arbusto;
del ímpetu invisible
que hace crecer las cosas,
de lo que sólo vive
como sangre y aliento.
Del silencio del mundo,
del tumulto del mundo.
Tengo que hablaros de ella…
Un día seré digno
y mis labios dirán
esta noble ignorancia,
esta fresca costumbre
de ser simple tormenta, rama tierna.
Octavio Paz, 1935
Versión proporcionada por Dina Posada.