VI
ROSTRO
Ese tu rostro, espejo de la Gloria, Mateo XXVI, 39.
cayó sobre la tierra, y la besaste,
madre, por despedida en tanto el beso
de tu Padre envolvíate la angustia
del oprimido pecho. Y de la tierra
tu sudor enjugó el polvo besándolo,
con ansia de abrevar a los olivos
que oían tus sollozos. Su follaje
temblaba sobre Ti, junto a las alas
del Ángel del Dolor. Y tú pedías
que te apartara el cáliz de la pena. Lucas XXII, 42, 44.
Mas no, mi Adán, que con sudor de sangre
regando nuestra tierra, has de ganarnos
el pan de nuestra vida. Confortándote
buscabas cobrar bríos en la lucha
con el sufrir, al toque de la tierra,
granero de dolores. Te faltaba
para hacerte más dios pasar congojas
de tormento de muerte. Así besaste
de corazones que en amor latieron
antaño la ceniza. Así besaste
el polvo que mejido a tu saliva Juan IX, 6.
dio vista al ciego. Por la tierra vemos
—yeldada por el jugo de tu lengua—,
con la que hablara el Verbo; por el barro
de que nos hizo Dios, y por la tierra,
viste el abismo de nuestra desgracia.
Con tierra, por tu Verbo hecha divina,
veremos los misterios de ultratumba,
los ojos restregándonos. No escondas Salmo XII, 1; XXVI, 9; XLIV, 24.
de nosotros tu rostro, que es volvernos,
chispas fatuas, a la nada matriz.
Miguel de Unamuno