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PARA EL HOGAR

Llegué empapado en agua de tormenta;
el mar bramando por sus miles de olas
buscaba presa y allá arriba el cielo
fruncía hosco su frente
de soberano.

Me hizo sentar junto a la llama viva
de una hoguera, atizola cuidadoso
y en silencio, arrimó luego a la llama
el casco renegrido
de una olla rota.

El pábulo del fuego no era leña
de bosque, no sangraba como suele
sangrar la leña lágrimas de jugo
cuando le escarba el fuego
por las entrañas.

Eran tablas, maderas que sirvieron
a los hombres; en ellas al quemarse
señales se veían de algún clavo
y el clavo mismo a veces
que se encendía.

Y allí cerca, en oscuro camarote
guardaba el solitario de la costa
viejas tablas, maderos carcomidos,
por los revueltos mares,
con dejo humano.

Cogió un tablón con restos de pintura
y echolo al fuego, que subió de pronto
al sentir del aceite que aún vivía
deshacerse en su seno
la dulce lágrima.

Y a la luz de la hoguera embravecida
pude leer que la tabla agonizante
que su calor nos daba, en blancas letras
decía en fondo negro:
«Firme Esperanza».

Interrogué a mi huésped con los ojos,
me comprendió y rompiendo su mutismo
«Son los restos &mdassh;me dijo&mdassh; de naufragios
que el mar en sus tormentas
echa a la playa».

Y al fuego me acerqué mientra el madero
me daba su calor, y pensativo
vi sobre él, extenuado y moribundo,
crispándose las manos
al pobre náufrago.

Sobre él luchó, penó y oró aterido,
sobre él, muerto de sed, bebió el océano
con la mirada, viendo remolona
acercarse la Muerte;
sobre él muriose.

Un trozo de timón ardió enseguida,
y el leño que guió a la pobre barca
por los revueltos mares, en pavesas
fue pronto a calentarme
del fuego pasto.

Y vi cómo las olas al navío
tragaban, de las llamas contemplando
el ardoroso abrazo en que moría
del timón confidente
lo que duraba.

Así, pensé, se queman los recuerdos
al calentarnos en las noches tristes,
cuando empapado el corazón en agua
de tempestad del mundo,
tiembla de frío.

Así, con pobres restos de naufragios
encendemos hogueras en las costas,
y a sus llamas soñamos melancólicos
del mundo la tragedia
que no se acaba.

Y el mar no cesa, su cantar prosigue,
devora nuestras vidas y a la orilla
lanzando destrozados sus despojos
nos dice consolándonos:
«¡encendeos con ellos el hogar!»

autógrafo
Miguel de Unamuno


«Poesías» (1907)
Incidentes afectivos


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