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  ¿Oyes bramar, serrana,
Los yertos aquilones
Que el enconado invierno
Desata de los montes?
  ¡Desolación amarga!
Del campo los verdores
Ya el crudo hielo torna
En áridos terrones.
  ¿Adónde, adónde huyeron
Las matizadas flores?
Los sazonados frutos
Del rico otoño ¿adónde?
  Mira a aquel arroyuelo
Gemir entre prisiones;
Mira al olmo copado
Desnudo, seco y pobre.
  Ni cantan ya las aves,
Ni tienden ya veloces
Sus alas por el viento,
Región negada al hombre.
  Ni el blando caramillo
Resuenan los pastores,
Ni vaga susurrando
La abeja por el bosque.
  Avara sus riquezas
Naturaleza esconde,
Y en soledad y nieve
Se pierde el horizonte.
  El sol como asombrado
Más presuroso corre,
Y vela opaca niebla
Sus rayos creadores.
  Todo es terror el cielo,
Todo es silencio el orbe,
Y si hórrido es el día,
Más hórrida la noche.
  ¿Y aún del amor, serrana,
Esquivas los arpones?
¿Quién vive en el invierno,
Quién vive sin amores?
  No más a mi ternura
Tu pecho sea bronce;
Verás como burlamos
Del tiempo los rigores.
  Si piensas que te miento,
Pregúntaselo a Clori,
Y a Laura, y a Dalmira;
Verás que te responden:
  «Serrana, no hay hoguera
Como abrazar a un hombre
Cuando enconados braman
Los yertos aquilones».

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


«Anacreónticas»
IX


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