EL LAUREL
Naciendo la mañana, alzábase pomposo
Con noble gentileza magnífico laurel;
Y dicen que la aurora, al verlo tan hermoso,
Suspiró de contento y enamoróse de él.
Blandió el laurel sus tallos con arrogante
brío,
Y cuando al cielo altiva la frente levantó,
Cayó sobre sus hojas tal lluvia de rocío
Que al ímpetu doblóse, y de placer gimió.
La brisa en tal momento, meciéndose ligera
En los espesos ramos, le dijo al resbalar:
—«Soy de la reina aurora la esclava mensajera:
Oye lo que en su nombre te vengo a confiar.
»Tu majestad brillante, tu juventud preciada,
El lujo de tus hojas, tu espléndido verdor,
La tienen por tu dicha de amor enajenada:
Yo traigo en mis suspiros las prendas de su amor.
»Y porque siempre viva y eterna en tu memoria
De su cariño tierno la gracia celestial,
Serás entre los hombres un símbolo de gloria;
La frente que tú ciñas también será
inmortal».
Dijo, y en vuelo fácil, inquieta y bullidora,
Hacia el rosado Oriente sus alas dirigió;
Cayeron nuevas perlas del manto de la aurora,
Se alzó el laurel de nuevo, y el sol lo iluminó.
Setiembre, 1849
José Selgas y Carrasco