I
Perfilando sus moles sobre el dombo infinito,
la montaña, de dorso colosal, se columbra;
y la triple ringlera de picachos alumbra
con luceros, sus torres de vetusto granito.
De repente los vientos se despiertan al grito
del cóndor, y ofuscando la lejana penumbra,
un volcán, sobre el sueño de los montes, encumbra
su penacho flamante con rumor inaudito.
Mitológico, entonces, al reflejo remoto,
como blanco castillo de opalinas almenas,
un nevado levanta su pináculo ignoto;
y al bruñirlo la luna con temblores de argento,
hacia allá, por encima de las cumbres serenas,
como una nube blonda vuela mi pensamiento.
José Eustasio Rivera